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El coronavirus sigue sin darnos tregua, un análisis del doctor Pedro Gargantilla

  • 30 Jul 2021
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Pedro Gargantilla es médico, escritor y divulgador científico. Jefe de Medicina Interna del Hospital de El Escorial (Madrid), es profesor en la Universidad Francisco de Vitoria. En diferentes artículos y análisis, ha colaborado con EFEsalud desde que comenzó la pandemia, y ahora lo hace reflexionado sobre la quinta ola, más de 18 meses después del estallido de la covid.

La COVID19, con sus nuevas variantes, sigue echando un pulso a la población mundial y poniendo de manifiesto las grietas de nuestra sociedad. La relajación, el agotamiento pandémico y una falsa sensación de que todo “ha pasado” juegan a su favor. En su contra y, por tanto, a nuestro lado están la inmunidad natural, la vacunación, el desbordante talento de los científicos y las estrategias para evitar el contagio.

Sin embargo, estas últimas parecen relegadas a un segundo o tercer plano, a juzgar por los macrobotellones y las fiestas que están teniendo lugar en gran parte de nuestra geografía.

Y eso a pesar de que somos el único animal que tiene conciencia de su trágico destino.

Seguramente entre esas peculiaridades tendríamos que incluir la densidad de las ciudades, la contundencia de las medidas adoptadas, el número de miembros de la unidad familiar, los hábitos sociales… y, quizás, solo quizás, la altura de miras de los políticos.

La oscuridad no impide la contagiosidad

En cualquier caso, parece que la sociedad, en general, y la clase política, en particular, no han aprendido nada de las cuatro oleadas anteriores

La historia se ha repetido en cada una de ellas, esperamos a que el virus nos marque la anacrusa y luego interpretamos siempre la misma melodía.

Y es que ya lo dijo Einstein, la locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes. Pues eso…

Mientras nos felicitamos porque más de la mitad de la población española ha recibido la pauta completa de la vacuna frente a la COVID-19, las playas españolas se colapsan con osados veraneantes que no respetan las más mínimas normas de seguridad.

Si un extraterrestre despistado tuviese el mal gusto de visitarnos en estos momentos y le enseñásemos dos fotografías sería incapaz de identificar cual es la pandémica y cuál la prepandémica.

Ya lo dijo el filósofo Voltaire, el sentido común es el menos común de los sentidos.

Además, y quizás esto sea lo más grave, a los pandemial les cuesta trabajo recordar que el virus contagia por igual a la luz del sol que con el ocaso, y que una botella de cerveza en la mano ni produce inmunidad ni disminuye la carga viral.

Hace un año teníamos puestas todas nuestras esperanzas en el calor como amortiguador de la contagiosidad y pasó lo que pasó…

No hay quinto malo, ¿o sí?

El último optimista de la Historia de la Filosofía fue el alemán Friedrich Hegel, que tenía una confianza plena en el progreso de la Razón.

Defendía que, a pesar de que la historia de la humanidad se desviase de su curso, al final siempre triunfaba la racionalidad.

Pero no nos perdamos en detalles vacuos y centremos nuestro disparo en la quinta ola, la que estamos surfeando, al menos epidemiológicamente.

Evidentemente, su impacto, en términos de mortalidad, y el colapso de las unidades de cuidados intensivos, no es el mismo que en las oleadas anteriores, es mucho menor. ¡Faltaría más!

Pero cuidado, está ola sí está tensando la Atención Primaria, agotada por el sobresfuerzo que han tenido que realizar los profesionales sanitarios durante dieciocho meses.

Además, esta ola incrementa el riesgo de contagio entre los grupos que no han completado la vacunación. Por este motivo, la mayor franja de contagios se registra entre la segunda y tercera décadas de la vida.

Una pregunta inocente, ¿era necesario en plena pandemia realizar viajes de estudios para celebrar el fin de curso? Claro, como en las olas anteriores no habíamos tenido ocasión de hacerlo no podíamos predecir qué iba a suceder…

Es cierto que entre la población más joven la incidencia de las formas más graves de la enfermedad son estadísticamente inferiores, pero aún así, hay casos en los que el coronavirus acaba segando la vida del joven contagiado, por mucho empeño que pongan los intensivistas en evitarlo.

Hablando de letalidad. Si echamos la mirada atrás, y observamos con perspectiva la cifra de fallecidos en estos dieciocho meses, las cifras son durísimas, difíciles de digerir, y lo peor, nos hemos acostumbrado al goteo diario que nos suministran los medios de comunicación.

El dato numérico nos produce, desgraciadamente, cierta indiferencia, como si nos hubiésemos inmunizado frente al dolor ajeno.

Estamos dando por buenos diez, quince o veinte muertos diarios. Pero, ¿y si les pusiéramos cara a esos muertos? ¿Y si fuesen diez, quince o veinte familiares o amigos nuestros? En tal caso, ¿cuántos fallecidos estaríamos dispuestos a dar por “buenos”? Evidentemente, ninguno.

En fin, pues eso, que un virus se ha colado en nuestras vidas sin ser invitado y nos ha enredado entre sueños rotos. Y lo que es peor, dieciocho meses después todavía no sabemos cuándo nos va a abandonar.

Una última reflexión. Hay una arista pandémica que no acapara titulares y a la que ni siquiera miramos de soslayo, quizás porque no nos interesa.

¿Cómo está afectando la pandemia a los países africanos? ¿Cómo va la campaña de vacunación en las regiones del Tercer Mundo? Como diría Kipling, eso es otra historia.



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